Y eso por no hablar de los muñecos, al os cuales les ponías tú mismo la armadura (y ahí acababa la diversión, pero oye, cuando eres pequeño repetir lo mismo mil veces ni cansa , ni aburre, ni nada).
Caminaban en la oscuridad un maestro y su discípulo, llevando el primero un farol encendido. Dijo entonces el discípulo: - Maestro, yo tenía entendido que podías ver en la oscuridad. - Y puedo - contestó el maestro. - Entonces - preguntó el alumno -, ¿para qué necesitas la luz del farol? - Para que aquellos que no pueden ver en la oscuridad no tropiecen conmigo.